miércoles, 25 de julio de 2012

Artículo en prensa sobre la novela: "Entre la Media Luna y la Cruz"


EL GUERRERO DEL ANTIFAZ EN LAS NAVAS DE TOLOSA

La novela: Entre la Media Luna y la Cruz reinventa el personaje clásico de Manuel Gago y lo sitúa tres siglos antes.

Texto: Carlos Plaza. LA GACETA DE INTERECONOMÍA. 15/07/2012

Entre los caballeros templarios que lucharon en la batalla de las Navas de Tolosa, había uno que destacaba por ir cubierto con un antifaz. Se caracterizó porque combatía a los musulmanes con arrojo suicida, muy superior al que mostraban el resto de los cristianos que combatían en inferioridad numérica.
Su conversión del Islam al cristianismo, y su entrada en la Orden del Temple, le convertían en un monje guerrero. Este hombre era conocido como el Guerrero del Antifaz. Evidentemente todo lo que acaban de leer es ficción. En primer lugar porque el Guerrero es una criatura imaginaria, el personaje de tebeo ideado por Manuel Gago. Y, en segundo lugar, porque el personaje actúa casi dos siglos y medio después, en la época de los Reyes Católicos. Pero, por un capricho literario, aparece en la Navas de Tolosa, gracias a la pluma de Juan Ramón de Luz en su novela: Entre la Media Luna y la Cruz.
De Luz profundo conocedor de la crucial batalla, se ha inspirado en el original Guerrero del Antifaz, para crear una sugestiva versión del cruzado sin nombre que, al amparo del anonimato se le otorga una máscara, lucha por la cruz contra el infiel… y contra su pasado.
Y es que a pesar del cambio de escenario y de época, el Guerrero del Antifaz que combate a los almohades en las Navas de Tolosa tiene el mismo origen que el que sirve en las filas de los Reyes Católicos: ambos vivieron en la corte mora hasta que su madre, cristiana, les confiesa que el rey no es en realidad su padre. El rey moro, al conocer tal confesión, mata a la mujer, creando un monstruo enmascarado que se dedicará a combatirle hasta el final de sus días como venganza y expiación.
La gran diferencia es que el original combatía en los últimos momentos de la Reconquista, con el sarraceno ya casi derrotado, y en la versión de Juan Ramón de Luz, combate en el punto de inflexión de las Navas.
El Guerrero del Antifaz, original de Manuel Gago, comenzó a publicarse como tebeo en 1944. El héroe hijo del Conde de Roca, ignora su origen y se considera hijo de Ali-Kan. A lo largo de sus aventuras luchará primero contra los cristianos y luego contra los musulmanes.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Diario de un Capitular del Cabildo de Caballeros y Escuderos de Cuenca en la JMJ (II)

Juan Ramón de Luz nos comenta la experiencia que está viviendo como peregrino en Madrid con jóvenes de todo el mundo a la llamada del Papa.

Texto y fotos: Juan Ramón de Luz y Carretero. El viernes era un día esperado, como amante de la Pasión según Cuenca tenía un especial deseo de presenciar el Vía Crucis y la Procesión Magna, y es que el Papa ha conseguido traer la Semana Santa al mes de agosto y borrar, por unos momentos, las nuevas fronteras autonómicas de los actuales cantones o mini-estados de diseño, para que España vuelva a recuperar la riqueza de su diversidad y a ser aquella nación de regiones, muchas de las cuales han aportado su imaginería y su particular sentimiento nazareno para conjugarse en este momento irrepetible e imborrable al mismo tiempo: Valladolid, Zamora, Cuenca, Murcia, Úbeda, Jerez, Granada, Málaga, Segovia, Sevilla, Madrid.... Paseo de Recoletos convertido en museo nacional al aire libre de Semana Santa, en deambulatorio de iglesia con las estampas ligneas de la Pasión de Nuestro Padre Jesús, Colón y Cibeles transformados en Santos Gólgota y Sepulcro. Los peregrinos de la JMJ tenemos la oportunidad de venerar las representaciones de los lugares santos, de rememorar, gracias a estas impresionantes obras de arte de la imaginería española, los lugares de aquel sagrado camino regado con la sangre de Cristo, de recordar las estaciones, recorriendo aquellos santos momentos y lugares en una peregrinación espiritual de meditación, a través de la diversas formas en que la Pasión de Nuestro Señor es representada por toda nuestra geografía. Bellísimos monumentos de madera policromada a las promesas transmitidas al hermano Estanislao. Espectaculares y grandiosas representaciones de las estaciones de un Camino de la Cruz y de una procesión posterior sencillamente históricas e irrepetibles. Llegamos por la calle Génova en dirección a la plaza de Colón, convertida en una inmensa alfombra humana multicolor de peregrinos, curiosos, camisetas, gorros, mochilas y banderas de 153 países de los 5 continentes, con el mismo logo, la misma ilusión, el mismo regocijo y la misma Fe. Podemos comprobar que aún hay más gente que el día anterior. Se hace muy difícil llegar, como es nuestra intención, al paso conquense del Descendimiento, junto al cual queremos vivir el final del día. Tras recorrer el Vía Crucis, leyendo el texto del Via Crucis de la JMJ com­puesto por las Hermanas de la Cruz, rezando las oraciones y realizando el apropiado acto de contricción, presenciamos el paso de la Cruz de los Jóvenes por todas las estaciones. La caída de la tarde no parece aminorar ni el intenso calor que hace hervir el aire de la Castellana, ni el fervor cristiano de nuestros corazones. Tocaba calmar la sed haciendo un descanso para un refrigerio en el famoso café Gijón, rincón novecentista con aroma a tertulia literaria y reunión de intelectuales. Por fin llegamos hasta el Descendimiento, impresionante grupo escultórico de Luis Marco Pérez. Hubo que esperar hasta las 2 de la mañana para presenciar exhaustos y sedientos ―muchos espectadores pedían botellitas de agua a las cofradías, como, tras la Santa Cena de Salzillo, el malagueño Prendimiento con Judas y san Juan, de Antonio Castillo Lastrucci, Las Negaciones de San Pedro de Federico Collaut-Valera en representación de Orihuela, Los pasos madrileños del Cristo de Medinaceli y el Padre Jesús del Gran Poder, el Cristo de la Caída de Úbeda, obra de Mariano Benlliure, El Cirineo de León, el jerezano paso de La Verónica de Francisco Pinto, El Despojado en representación de Granada, imagen de Manuel Ramos Corona, Jesús clavado en la Cruz, paso zamorano del s. XIX, y escoltado por la aplaudida y vitoreada Legión, el Cristo malagueño de la Buena Muerte, Cristo de Mena, por fin, los estremecedores y característicos estruendos secos y acompasados de las horquillas de los banceros del Santísimo Cristo de la Salud resonaran en Cibeles. Tras el Descendimiento, la Quinta Angustia, de Gregorio Álvarez, imagen titular de la Cofradía Penitencial de Ntra. Sra. de la Piedad de Valladolid, el Cadáver de Jesús de Segovia, obra del mismo autor, y cerrando el desfile procesional, que podemos atestiguar como realmente magno, la preciosa imagen sevillana de la Virgen de la Regla.

Ante esta espectacular Via Dolorosa de imaginería española reunida no nos cabe sino meditar con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos. Este Camino de Pasión, pero de resurrección al mismo tiempo, nos anima a cargar con las cruces de cada día, contemplando los pasos tallados de Jesús hasta su muerte en la Cruz. De nuevo, la amable, dulce, serena y a veces entrecortada voz del Santo Padre resuena para interpelarnos diciendo que la pasión de Cristo impulsa a sus seguidores a cargar sobre los hombros el sufrimiento del mundo, «con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes».



Oración del Papa a la Virgen en el Vía Crucis del madrileño Paseo de Recoletos



«Madre y Señora nuestra, que per­ma­ne­ciste firme en la fe, unida a la Pasión de tu Hijo: al con­cluir este Vía Crucis, po­nemos en ti nuestra mi­rada y nuestro co­razón. Aunque no somos dignos, te aco­gemos en nuestra casa, como hizo el apóstol Juan, y te re­ci­bimos como Madre nuestra. Te acom­pa­ñamos en tu so­ledad y te ofre­cemos nuestra com­pañía para se­guir sos­te­niendo el dolor de tantos her­manos nues­tros que com­pletan en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia. Míralos con amor de madre, en­juga sus lá­grimas, sana sus he­ridas y acre­cienta su es­pe­ranza, para que ex­pe­ri­menten siempre que la Cruz es el ca­mino hacia la gloria, y la Pasión, el pre­ludio de la Resurrección».

Diario de un Capitular del Cabildo de Caballeros y Escuderos de Cuenca en la JMJ

Juan Ramón de Luz nos comenta la experiencia que está viviendo como peregrino en Madrid con jóvenes de todo el mundo a la llamada del Papa
 Texto y Fotos: Juan Ramón de Luz Carretero. Algo ha cambiado en Madrid ante la inminente llegada de Su Santidad, de ser esa urbe cosmopolita impersonal, y a veces hasta peligrosa, de gente desconocida e individualista con la que te cruzas por la calle, y en la cual nadie quiere saber nada de nadie, ha pasado a ser un pueblo o ese Madrid más reducido y cordial de antaño, donde todos se conocen, sean del punto del Globo terráqueo que sean, donde cunde el respeto además de las buenas intenciones, y donde la gente que lleva camisetas de la JMJ, o van pertrechados de peregrinos del siglo XXI con sombreros y mochilas de colores vivos, se saludan amablemente y se preocupan por ver que pueden hacer por ti y tú por ellos.

Anoche tras volver a mi casa después de una jornada de intensas emociones e impresiones, que había culminado con el amable y sereno sonido de la voz alba y púrpura del esperado “sucesor de Pedro” resonando en todos los confines de la Tierra desde el centro de Madrid, junto a la estatua de la diosa, la Gran Madre, del carro tirado por leones, me iban saludando varios jóvenes y no tan jóvenes con camisetas verdes de voluntariado y rojas, y amarillas, y azules... Algunos de ellos, estaban sentados en el suelo y en los bancos de la calle cenando grandes pizzas. Llevaba un par de días recorriendo el centro de la capital de España, para empaparme del ambiente, convirtiéndome casi sin quererlo, pero encantado, en puesto de información andante de peregrinos. Visitando el espectacular paso de la Semana Santa conquense, el Descendimiento, que espera el momento de su participación en el Via Crucis, aparcado bajo la inmensa cúpula futurista de cristal del antiguo Palacio de Correos. Entrando en iglesias, conventos y monasterios del Madrid de los Austrias, a cuyo diseño tanto contribuyeron los ilustres conquenses Francisco de Mora y su sobrino Juan Gómez de Mora, aprovechando su mayor amplitud de horarios, para ver sus imágenes y tallas, así como para compartir oraciones, sentimientos y experiencias con los allí reunidos, feligreses del mundo. Suerte que me acompaña Pedro Romero Sequí, miembro de nuestra Congregación de Ntra. Sra. de la Soledad y de la Cruz, voluntario de la Orden de Malta y una enciclopedia andante en todo lo referente a artistas imagineros, órdenes y vestimentas religiosas. En la abarrotada Catedral Castrense podemos contemplar el impresionante Cristo de la Buena Muerte, Cristo de la Legión, y entramos a rezar ante las reliquias de San Juan de Ávila.

Si hay algo que caracterice estos momentos previos a la vigilia en Cuatro Vientos, como ya pudimos comprobar y vivir en la Misa matinal, ofrecida en la Plaza de Toros de Cuenca a los peregrinos, voluntarios y familias de acogida de la capital conquense, es la espectacularidad, el ambiente festivo, sin excesos, la diversidad de lenguas pero el mismo idioma, instantes maravillosos e irrepetibles de verdadera Comunión universal, instantes multitudinarios, en una dimensión que yo no había conocido hasta ahora, cantidad de italianos y portugueses, franceses, brasileños, estadounidenses, polacos, australianos, países africanos, caminando en largas filas, cogidos de la mano, tras el portador de la bandera de su país. Reconozco que lo que más me ha impresionado es haber visto a jóvenes católicos coptos y peregrinos cristianos con banderas de Turquía, Líbano, Irak o Palestina. Admiración por su valentía y entrega. Expresión viva del lema de estas jornadas de la juventud: Firmes en la Fe, en este caso, ante la extrema adversidad. Los anticatólicos deberían saber que las persecuciones nos hicieron y nos hacen todavía más fuertes.
“Qué la llama de Cristo nunca se apague en vuestros corazones” Palabras del Santo Padre que resuenan en la soleada y calurosa tarde madrileña.

jueves, 11 de agosto de 2011

Huellas y herencia de la iniciación templaria en la provincia de Cuenca

         

 CONFERENCIA
Juan Ramón de Luz Carretero
Jueves, 04 de agosto · 19:00 - 20:30
Iglesia de San Julián - Cañete (Cuenca)

I. HUELLAS


En primer lugar, agradecer a Cañete, a la organización de La Alvarada y a Miguel Romero la oportunidad que me brindan y la confianza que han depositado en mí para dar esta charla y, por supuesto, a vosotros por vuestra asistencia.

Voy a intentar que compartamos esta aproximación a la Orden del Temple, a los vestigios que quedan de su paso e influencia en tierras conquenses y constatar así la presencia de la Orden de los Pobres Conmilitones del Templo de la Santa Ciudad en Cuenca

Actualmente tendemos a calificar de mágico o críptico todo aquello que no comprendemos de épocas pasadas, todo aquello que no alcanzamos a “leer” o descifrar con nuestras actuales mentalidad práctica y ciencia aplicada. No queremos reconocer que no tenemos ni idea, y preferimos aventurar hipótesis, a cual más peregrina. Obviando, no prestando atención o pasando por alto las lecturas o interpretaciones más sencillas, pero menos llamativas, a ojos del estudioso ocultista e iniciático. Y es que de la grandiosa representación humana de la escultura clásica grecorromana, se pasó, en el medievo, a un avance, que no se ha entendido como tal y muchos profesores siguen hablando de retroceso, dado el nivel de esquematismo  y simplicidad de la figuración icónica en la Edad Media, pero, no cabe duda, que de la fidedigna reproducción de la realidad tal cual, se pasó al lenguaje de los símbolos y los signos, que requiere necesariamente un ejercicio de abstracción y una convención intelectual para que su significado sea compartido, como ocurre con la paloma de la Paz, las señales de tráfico, las letras y los números. Parece que la secularización de los ritos y expresión del cristianismo ha podido contribuir a la pérdida del interés en la religión de los apóstoles y los primeros cristianos, al eliminar su carácter antiquísimo, sempiterno, místico y custodio del Misterio, sobre la Verdad última, sobre nuestro Alfa y nuestro Omega, o, lo que es lo mismo, sobre nuestro principio y nuestro final. En cambio la astrología, la magia, lo druídico o algo parecido a lo que llaman la Antigua Tradición pagana y céltica, tampoco exentas de culto y religiosidad acordes con su época, sean más sugerentes y atractivas que la expresión cristiana. Así como las ideologías, el culto al cuerpo y la dietética, o la misma masonería, a veces vinculada a los templarios, que defienden todas el dios-humanidad, la inmanencia en contra de la trascendencia, negando la existencia de un Más Allá, y haciendo al hombre hecho, por generación espontánea, a imagen y semejanza del propio hombre. Ser sin Padre en los Cielos. cuya único conocimiento es el empírico y demostrable por la Ciencia aplicada, aún cuando sabemos que ésta es revisable y lo que se pensaba que era plano y tenía un finisterre, ahora se comprueba que es redondo y no el centro del Universo. En los últimos años, y de manera más acuciante en la última década, se ha producido una revisión de la idea de Hombre, al cual se niega su esencia divina y al que se han amputado tanto la espiritualidad que nos conecta con el Más Allá, como la ancestralidad que nos arraiga en la tierra, nuestras raíces y tradición, inherentes al ser humano y al propio sentido de su existencia para el hombre antiguo, el cual se sabía emparentado con el Mito, así como con los elementos y fenómenos naturales. Espiritualidad y ancestralidad, sin las cuales quedamos amputados, desnudos de nuestra vestimenta de personas y sujetos, y reducidos a objetos intrascendentes, polvo que deja de brillar en el Universo, sin un origen y un final vinculado a una divinidad, la cual nos convierte en seres con raciocinio que nos hace brillar como las estrellas. Como dice el padre Abelardo Lobato, “el Hombre comunica en el ser con las piedras, en el vivir con las plantas, en el sentir con los animales y en el pensar con los ángeles”.

 
En el acervo del monacato templario, tal vez producido por contacto y por haber bebido en fuentes orientales, zoroastrianas, gnósticas, sufistas y en la cábala sefardí, se puede apreciar ciertos conceptos como son el sincretismo religioso y el dualismo, no en el sentido cátaro o Puro, que sitúsa en el mismo nivel a Dios y al Diablo, dos polos, el Bien y el Mal, en la misma jerarquía, como dos fuerzas idénticas a la vez que antagónicas, si no entendido como eterno intercambio de energía del conocimiento entre dos polos, dos personas, maestro y discípulo, razón por la que comían por parejas de la misma escudilla, pues de aquel modo ambos se alimentaban mutuamente de sabiduría, tesis + antítesis  igual a síntesis, el principio básico de la dialéctica, 1 más 2 da 3, que es algo más que 1, que 2 y que la mera suma de ambos, surge algo nuevo, diferente, este intercambio de energía cognoscitiva les hacía progresar renunciando a lo perecedero, ascender, como idea de trascender, por la escalera de Fe con peldaños de Saber y Conocimiento hacia el Reino de los Cielos, hacia el Dador, como seres racionales, poseedores de logos, la razón, la fuerza organizadora que construye el mundo a partir del caos, extensión del primer aliento divino de la Creación. La razón se erige en agente específico que contribuye al orden, o lo que es lo mismo a construir el cosmos desde el caos, a organizarlo, transformando el ruido de fondo en una sinfonía con melodía y armonía. Tal vez el ejemplo de iconografía templaria de dos caballeros sobre el mismo caballo sea el símbolo que expresa dicha dualidad de la que surge el Conocimiento.

He de decir que, en ningún caso, vengo a desmitificar la imagen que tenemos actualmente de los Pobres Conmilitones del Templo de la Santa Ciudad, pero, si es cierto, que los estudiosos en nuestros días tienden a calificar de mágicos e iniciáticos todos aquellos signos y símbolos a los cuales no se encuentra significado en la actualidad. La curiosidad que provoca lo privado y las asociaciones con admisión restringida llevan a las habladurías y a las acusaciones de ocultismo. En mi opinión, la grandeza y la leyenda de los Templarios, que perdura en nuestros días, radica precisamente en su normalidad como Orden, libre de esoterismos. Si amasaron grandes riquezas, desde luego, no las utilizaron en beneficio propio, cosa, que por otra parte, les estaba terminantemente prohibida, y si, en cambio, para extender la frontera cristiana y las encomiendas de su monacato templario. Bajo la rigurosa regla bernarda, así como el compromiso de tres votos perpetuos: castidad, pobreza y peregrinación a la Cruzada. Estrictas reglas que fueron asentadas por san Esteban Harding, en su «Carta de Caridad» y también por el tratado De laude novoe militae de san Bernardo de Claraval, monje del Cister, noble de nacimiento, que explicó en su obra el ideal de las Milicias de Dios, místico y uno de los fundadores de la mística medieval. El cual tuvo una gran influencia en el desarrollo de la devoción a la Virgen María, advocación de muchas edificios religiosos cistercienses como la catedral de Cuenca. Bernardo fue un inspirador y organizador de las órdenes militares de caballería cristiana, creadas para acoger y defender a los peregrinos que se dirigían a Tierra Santa y para combatir la expansión del mahometanismo y al que llamaban el León, el maligno. Así, tuvo gran influencia en la creación y expansión de la Orden del Temple, redactó sus estatutos y promulgó su reconocimiento en el Concilio de Troyes, en 1128. Los guerreros conventuales del Templo de La Santa Ciudad llevaron y propugnaron una vida de austeridad extrema y la más absoluta pobreza, que les acercaron a los puros o albigenses, también llamados cátaros, lo cual pudo provocar los intensos recelos de la secular alta jerarquía y clase gobernante, tanto de los reinos de la Europa medieval como de la Iglesia de Roma, cuyas autoridades estaban trufadas de miembros segundones de casas aristocráticas, con las mismas ambiciones, que los primogénitos de las mismas y dedicados al amasijo de poder y riquezas materiales. Por lo que resulta especialmente curioso que sea a la Orden templaria a la que se acusase de su posesión y, aún hoy en día, siga asociándose a ingentes tesoros terrenales.

Muy al contrario, de sus reglas se desprende su desapego a lo que ellos llamaban bienes perecederos, polvo al fin, y su continua y perseverante búsqueda de los imperecederos, de los bienes es si mismos, tales como las virtudes cardinales y teologales, hoy reducidas a valores, que, por su denominación, parece que cotizasen en Bolsa, así como del conocimiento, que nos lleve a desentrañar las últimas preguntas, que nos acercan al que llamaban Gran Procurador. En contra de lo que defienden algunas novelas y películas recientes, el tesoro de los Templarios no es de este Mundo, si no que, más bien, tiene que ver con la promesa de una nueva Alianza. De la segunda venida de Cristo y de la construcción de un nuevo Templo en una nueva Jerusalén, bajo el lucero de la mañana del día después. Lucero de la mañana que a los conquenses nos resulta tan familiar, figura heráldica de nuestro escudo y testigo luminoso de la salida, al alba, del Cristo de la Cruz acuestas, Nuestro Padre Jesús Nazareno, abriéndose paso entre la turba.

Manzana de oro, símbolo del mitológico Jardín de las Hespérides
Si los verdaderos preceptos y principios que movían a estos freires-soldado de impolutas vestimentas blancas, largas barbas y cabello rasurado son una incógnita, que nos aboca a que sus mensajes tengan que ser descifrados y a calificar su filosofía y actividades de ocultistas, como el desconocimiento y las intrigas condujeron a muchos físicos, médicos, científicos y gente inocente a ser acusados de brujería, su paso y establecimiento en las tierras de Cuenca se encuentran aún en las sombras, sin casi documentación escrita, por lo que inevitablemente entramos en el terreno de la leyenda y de la transmisión oral como, a veces, única fuente para la investigación historiográfica de sus huellas por la conchensis diocesis. Teniendo además en cuenta y quiero aprovechar para denunciar, que nuestra provincia es especialmente difícil para los científicos de la Historia y la Arqueología, debido a que, por doquier, se han cometido verdaderas tropelías y, en general, se ha sido poco respetuoso con la piedra centenaria original, procediéndose con demasiada asiduidad a rehabilitaciones de enlucimiento, blanqueo y coloreado con tonos amarillos limón, albero o azulón. Desapareciendo bajo capas de pintura moderna industrial todos aquellos símbolos incisos tallados o pintados en los sillares de roca original, tales como cruces templarias que pudieran haber existido. Si se tiene la suerte de que existan, las memorias de la arqueología de gestión, se limitan a escuetos informes, que refieren sitios comunes y errores que se repiten de un expediente a otro, para salvar la obligada cumplimentación administrativa de los mismos, haciéndolos inservibles para una investigación arqueológica seria. Tal es el caso, por ejemplo, de la investigación de la existencia de un monasterio paleocristiano, de corte bizantino, en el monte de Conquam y de un taller mozárabe asociado al mismo de marfiles, esmaltes y orfebrería, preservado bajo la dominación mahometana de Cuenca, como narra fielmente, cinco años antes de la definitiva conquista cristiana de la ciudad conquense, el cronista árabe Ibn Sabih al Sala, que acompañaba al califa almohade Abu Yacub Yusuf, y que dice, literalmente:

“…se derribó su iglesia y se cogieron en ella siete campanas, que defendieron los infieles, hasta que fueron muertos junto a sus clérigos.”

 La relación de piezas cerámicas tardorromanas, encontradas en las cocheras del actual Archivo Diocesano y catedralicio, en la trasera de san Pantaleón, y documentación de las actuaciones en dicha zona, de existir, reventaría la tesis oficial que defiende la adscripción de dicho taller a los muslimes y al estilo califal, dejando sin explicar los motivos cristianos de sus piezas o  la aparición en una de sus tablas de reyes visigodos. En dicha memoria se podría comprobar los destrozos y mutilaciones que se han llevado a cabo para que se mantenga firme la tesis de que la cristiandad llegó por primera vez al monte de cuenca, el mons veneris o monte de Venús, con Alfonso VIII y sus huestes. Como denuncia el difunto Antonio Porral, que se refiere a San Pantaleón en estos términos, coincidentes con las hipótesis tanto de mi padre, como de un servidor: La posibilidad de no estar todavía construida, tratándose por tanto de una construcción posterior a la fecha de la conquista, resulta difícil ya que se viene aceptando -a la vista de los pocos vestigios existentes- que se trata de una iglesia construida en estilo románico. Así queda patente en la ventana abocinada del testero (con marcas de cantero que parecen de factura más reciente que la propia ventana) y en la bóveda de medio cañón y arista (hoy desaparecidos) que se podían ver en los arranques del presbiterio, y la bonita portada apuntada, abocinada, con arquivoltas. Pero son precisamente estos escasos restos los que hacen casi increíble este primer supuesto ya que, según conoce cualquier entendido en arte, el románico primitivo (del protorrománico asturiano s. IX, hasta el XII cisterciense) se caracteriza por tener el ábside plano, unido a la bóveda mencionada que –hasta la desastrosa reforma de 1993- mostraba claramente estar construida con una técnica típicamente bizantina, consistente en descargar de peso la pesada bóveda por medio de medias cántaras cerámicas que la aligeraban notablemente. Este último tema plantea la interrogante de encontrarse esta técnica en Cuenca de forma casi exclusiva y replantear cómo llegó a estas tierras y en qué tiempo.

¿Por qué o con qué intención se hicieron desaparecer las muestras arquitectónicas de técnicas constructivas bizantinas que podían conducir a datar la ermita como del s. IX?¿Por qué o con qué intención se taparon las tumbas anejas al muro norte de la Catedral, Y rápidamente se colocó un letrero que reza necrópolis del s. XIII sobre unos contenedores de vidrio y cartón?¿Existen aún en los sótanos del Museo Arqueológico las piezas cerámicas de época tardorromana halladas en este entorno?

 Hay algunos trabajos, como los publicados por mi padre, Rodrigo de Luz Lamarca como son “La catedral de Cuenca del siglo XIII, cuna del gótico castellano”, “Las Órdenes menores y la catedral de Cuenca”, “El Marquesado de Villena o el mito de los Manuel” o los que tratan sobre los Obispos Acuña y el citado taller de marfiles y esmaltes de Cuenca, el cual daría para una conferencia específica, que aun basados más bien en hipótesis y en la conjugación de coincidencias que bien pudieran ser casualidades o causalidades,  sin embargo, pueden aportar algunos datos sobre el establecimeinto de la Orden templaria en Cuenca y su probable influencia en la seo conquense. Efectivamente, escasa es la documentación de la que se dispone, pero trataré de comentar en esta charla algunos aspectos de interés sobre este tema. 

Como novedades con respecto a otros autores, que puedo aportar en esta disertación, he de consignar la constatación de la presencia en la conquista de Cuenca de miembros de importantes familias aristocráticas promotoras de la Orden del Cister, próxima al Temple, y una nueva interpretación iconográfica del capitel de la iglesia semi-derruida en la calle San Pedro de Cuenca.


EL CISTER Y EL SELECTO GRUPO DE MAGNATES DE ALFONSO VIII EN CUENCA

Sepulcro de Pedro Froilaz de Traba en la Catedral de Santiago de Compostela.
En este momento, quiero hacer mención de un matrimonio perteneciente a una de las familias más poderosas en Tierra de Campos y en Portugal, don Tello Pérez de Meneses y su esposa Gontroda García, fundadores del Monasterio cisterciense de Santa María de Matallana en 1185, comprado por el rey Alfonso VIII a los caballeros Hospitalarios de San Juan y donado al dicho don Tello. Padres de don Tello Téllez de Meneses, obispo de Palencia desde 1208 hasta su muerte y participante en la batalla de Las Navas de Tolosa, al frente de una mesnada de soldados junto con sus hermanos Alfonso Téllez de Meneses, Suero Téllez de Meneses y García Téllez. Volviendo al padre, he de decir que participó en la conquista de Cuenca en 1177, y formaba parte de un selecto grupo de magnates cercanos a la figura del rey castellano, Alfonso VIII, acompañándole en todas las campañas que emprendía. En recompensa a sus inestimables servicios, el Señorío de Ocaña le fue entregado por el rey castellano a Don Pedro Gutiérrez, otro representante de dicho grupo de allegados al soberano de Castilla, y repartido meses más tarde con don Tel Pérez, Señor de Meneses y del castillo de Mangalón. El matrimonio hizo donación de su mitad de la Villa a la Orden de Calatrava, otorgando la escritura en la ciudad de Cuenca en el mes de enero de 1177, por la que mantenían el usufructo hasta su muerte. Dato que nos sirve para certificar la presencia de Don Tello en el cerco cristiano a la plaza conquense sobre las estribaciones de la serranía.

El noble linaje castellano-portugués de los Meneses también recibió de Alfonso VIII de Castilla la villa de Villalba de Alcores en Valladolid, donde se encontraba erigida una iglesia de Santa María del Templo, como pago por su participación en la conquista de Cuenca, y otros edificios cultuales, para su reconstrucción y entrega a órdenes mendicantes, franciscanos y dominicos. Siendo su hijo y hermano del obispo palentino, Alfonso Téllez de Meneses, el que, según varios autores, construyó o, según otros, reformó su fortaleza, mandando tallar su escudo en las claves de las bóvedas. Son numerosísimos los monasterios que esta poderosa familia, cercana y patrocinadora de la orden bernarda del Cister, levantará o remodelará. Alfonso, entregará en 1213 a la comunidad establecida en Valbení la heredad de Palazuelos, a la que se trasladaron bajo su protección. Alfonso Téllez estuvo casado en primeras nupcias con Elvira Ruiz Girón, perteneciente a la familia fundadora de La Vega. Fue su segunda mujer Teresa Sánchez, una de las hijas de Sancho I de Portugal y Dulce de Barcelona, activa promotora cisterciense. Quiero hacer mención como nota bibliográfica para apoyar lo que estoy comentando, y por si alguien quiere obtener datos de forma más detallada y extensa, del artículo de LOS PROMOTORES DE LA ORDEN DEL CÍSTER EN LOS REINOS DE CASTILLA Y LEÓN: FAMILIAS ARISTOCRÁTICAS Y DAMAS NOBLES (Alonso Álvarez, R. Universidad de Oviedo. 2007)

Suele relacionarse con Fernando Pérez de Traba, hacia los años veinte del siglo XII, la implantación en Galicia y Portugal de la Orden del Temple, tan estrechamente ligada a Bernardo de Claraval. Decir que Nuño Pérez de Lara, alférez de la corte con Alfonso VII de Castilla, regente de Castilla durante la minoría de edad de Alfonso VIII, tras la muerte de su hermano y conde Manrique en la Batalla de Huete (verano de 1164), casado con Teresa Fernández de Traba, hija del propio conde Fernando Pérez de Traba y de Teresa de León, murió en la campaña de Cuenca. Las iniciativas fundacionales cistercienses de estas familias (los Traba, los Lara, los Meneses, los Haro y otras), no se agotan en la generación de los hijos de Pedro Froilaz de Traba, educador de Alfonso VII y colaborador del obispo Gelmírez. En una villa desierta donada por Alfonso VII en 1151 a Álvaro Rodríguez de Sarria y a su mujer la infanta Sancha Fernández, se estableció el monasterio de Meira. Sancha Fernández fue fruto de las ilegítimas relaciones habidas entre Fernando Pérez de Traba y la infanta Teresa de Portugal, a su vez hija extramatrimonial de Alfonso VI y Jimena Muñiz. Rodrigo, el conde Sarria, un hijo de Álvaro y Sancha, quizá casado con María Ponce de Minerva, fue el creador de la orden militar de corte cisterciense de Montegaudio. Parte de esta Orden decidió ingresar en el Temple, ya que en 1186 el Maestre provincial de Montegaudio donó al Temple los bienes de la Orden en Aragón, León y Galicia, la cual, aunque no fue efectiva en ese momento, sería ratificada en parte por el monarca aragonés, que en 1196 incorpora la Orden de Montegaudio, en su reino, al Temple; pero en ese momento los caballeros de León y de Castilla rechazaron la incorporación, recibiendo de Alfonso VIII de Castilla el castillo de Monfrag, tomando la Orden este nombre. Los templarios no se resignaron y consiguieron hacerse con los castillos de la Orden de Montegaudio en Castilla y León, excepto Monfrag. la Orden de Monte Gaudio, muy próxima como vemos y anexionada al Temple, se creó inmediatamente antes de la conquista de Cuenca y fue participante en la misma, el tercer conde de Sarriá y Monforte, dicho don Rodrigo Álvarez, era también uno de los integrantes del grupo de magnates de Alfonso VIII, abandonó la Orden de Santiago, cuya regla agustiniana le parecía demasiado relajada, para crear dicha orden de Montjoie, orden de Monte Gaudio u orden de Trufac el 9 de Julio de 1172, renunciando ante el cardenal Jacinto al hábito de Santiago, de cuya Orden fue fundador y comendador mayor. Obtuvo licencia del legado pontificio para pasar a la nueva Orden de Monte Gaudio, que se había de regir con la regla del Cister. Aprobada por el Papa Alejandro III el 24 de Diciembre de 1173, quien dio para su régimen espiritual la regla bernarda, por la que también se gobernaba el Temple.

Montjoie o Monte Gaudio, es un monte situado en la parte oriental del Mediterráneo. Según algunos historiadores, allí administraría justicia el profeta Samuel. Los peregrinos y cruzados que viajaban a Tierra Santa en la Edad Media procedentes de Europa, habiendo pasado Siria, al llegar a su cima contemplaban por vez primera, la impresionnate vista de toda Jerusalén a sus pies. Cumbre donde la Orden erigió su sede maestral en la Iglesia Fortaleza del Monte Gaudio, habiéndosele otorgado, entre otras tierras y posesiones, la defensa de la Torre de la Puncelles en la ciudad de Ascalón, ciudad de Israel, situada a 73 km al sudoeste de Jerusalén. Descansando a orillas del Mar Mediterráneo y cerca del desierto del Néguev. Entre sus benefectores en Tierra Santa, estuvieron el mismo rey Balduino IV, Reinaldo de Châtillon y Guillermo de Monferrato.

Muchos soldados lloraron de regocijo en ese día. La colima fue llamada por ello Montjoie. Jerusalem fue bien fortificada y sólo era vulnerable desde el norte y el sudoeste.

Parecen guardar un inquietante paralelismo y similitudes la conquista de ambos montes, Montjoie en Tierra Santa y el Mont Veneris en Cuenca. Personalmente no me cabe la menor duda que la coincidencia en la conquista de Cuenca de todas estas familias promotoras de la orden bernarda y la implantación de la Orden templaria en el noroeste peninsular, las relaciona directa y estrechamente con la erección de la sede y catedral conquenses. No debemos olvidar, aludiendo de nuevo a la profesora Raquel Alonso Álvarez, que en Sobrado dos Monxes en Coruña se habían acomodado monjes borgoñones enviados por Bernardo de Claraval, iniciando de este modo los cistercienses su instalación y difusión en los reinos hispánicos. Estando vinculada toda esta tierra a la Casa de Borgoña, pues en ella se establecieron don Raimundo de Borgoña, hermano del Papa de Roma Calixto II, hijos ambos del conde palatino Guillermo I de Borgoña y de Etiennete de Vienne, que llegó a León junto a su primo Enrique de Borgoña hacia el año de 1087, terminada la Batalla de Zalaca en la que los musulmanes vencieron a los leoneses, para ofrecer sus servicios al rey Alfonso VI de León en la lucha contra los almorávides. Don Raimundo casó ese mismo año con la infanta Urraca, hija de Alfonso VI, nombrada, tras la muerte de su hermano Sancho,  heredera a los tronos del Reino de Castilla y del Reino de León. El noble borgoñón murió en Grajal de Campos, León el 24 de mayo de 1107. Su primo D. Enrique, contrajo matrimonio en 1093 con Teresa de León, hija natural de Alfonso VI y de Jimena Muñoz. Hacia 1095 Alfonso VI otorgó en herencia al nuevo matrimonio el Condado Portucalense, además de los territorios del Reino de Galicia situados entre el Tajo y el Miño.

Catedral de San Lázaro en Autun
Saint Denis (París)

Cada vez son más las voces, incluida la pionera de mi padre, que reclaman la influencia borgoñona en la seo conquense, de los talleres cistercienses del Dominio Real francés, de las escuelas de Sens, Soissons y Laon, donde se estaban dando, junto al St. Denis del Abad Suger, consejero de Luis VI, el Gordo y de Luis el Joven, hizo derribar la iglesia carolingia e hizo construir una iglesia gótica, los primeros pasos del gótico en el modelo radiante. Rodrigo de Luz señala la influencia de Santo Domingo de Guzmán. El original modelo absidal, distinto del radiante, ya ojival, se extendió pronto por toda Castilla y por los territorios recién conquistados. Fue adoptado de inmediato por Santo Domingo de Guzmán, pariente muy próximo del primer obispo de Cuenca, don Juan Yáñez, viceprior del Cabildo catedralicio de Burgo de Osma, templo hermano por su parecido con el conquense, y fundador además de su orden de Predicadores entre los cátaros en el Languedoc francés comenzado el s. XIII. Demandamos que se erradique el término y catalogación en el estilo anglonormando. En primer lugar, porque la catedral de Cuenca, como único ejemplo, muestra o integrante, por sí mismo, no puede formar un estilo, además la muy probable influencia de Leonor de Plantagennet, confundida con su madre Leonor de Aquitania, en el edificio catedralicio, no es óbice para admitir influencias inglesas, sino justo al contrario, puesto que doña Leonor prácticamente no piso suelo británico y su vida como niña, pues caso con Alfonso VIII a la edad de 10 años, transcurrió en la tierra de su madre, la Aquitania, hasta su traslado a Burgos para contraer nupcias. La cronología de las fases constructivas de la Catedral de Cuenca confirman su anticipación a sus supuestas inspiradoras británicas. Sin dejar de lado que lo anglo en la isla, es el resultado de la aculturación normanda y sajona, procedente del continente europeo.


III. VESTIGIOS DEL TEMPLE EN CUENCA


"las tradiciones aseveran que los Templarios ocupaban la ermita de Altomira y la villa de Priego, cuyo Triángulo servia para la farola que indicaba de noche á los pueblos de la izquierda del Escavas, la barca que daba paso al pueblo. ..." refiere Trifón Muñoz y Soliva


Priego.- Algunas crónicas, recogidas por Rafael Alarcón Herrera en su libro “La Huella de los Templarios, ritos y mitos de la Orden del Templo”, que me facilita nuestro querido amigo Arturo Culebras Mayordomo, aseguran que, tras la toma de la fortaleza con la ayuda de un contingente del Temple, procedente del castillo de la Torija alcarreña, la Orden templaria obtuvo como recompensa la entrega por parte del rey de cierto terreno, enclavado en una de las laderas del estrecho de Priego, donde los monjes-guerreros levantaron una casa fuerte con capilla gótica. Sobre dicha construcción templaria, de la que quedan unas piedras como único vestigio, se levantó, en 1571, el monasterio de San Miguel de las Victorias, obra de don Femando Carrillo de Mendoza, sexto conde de Priego.


Jabalera, Garcinarro y Mazarulleque. La Cava o el Castillejo. Conjunto funerario de tumbas de piedra que datan del S. XIII Tumbas excavadas en la roca en el paraje de Mohorte en Garcinarro o en Jabalera. El llamado “Muertere” de Garcinarro, donde se hallan cientos de tumbas, Siguiendo las huellas del Temple en Cuenca, nos dirigimos hasta Mazarulleque, pequeña localidad alcarreña, a los pies de la sierra de Altomira, la leyenda cuenta cómo en tiempo medieval existía un convento, en lo más alto de la sierra, que algunos dicen de los Templarios, bajo influencia de la Orden de la Merced se encontraba esta zona a partir del siglo XIII.  templo ‘de las siete vírgenes’, o vestales. Anabel Sáiz Ripoll, haciendo referencia al libro de Atienza, reseña como en la sierra de Altomira, hubo otra casa fortificada de los templarios que, con el tiempo, en el S. XVI, se convirtió en convento carmelita y hoy es la ermita de Nuestra Señora de Altomira. Y alude a Uclés que recibió a Jaime I como comendador del Temple. 

Huete.- Juan Julio Amor Calzas en su libro “Curiosidades históricas de la Ciudad de Huete” nos habla de como una vez conquistada la plaza optense por los cristianos, quedó por los siglos XI y XII, siendo frontera con los moros, teniendo por límite oriental de su horizonte los montes llamados Pinares de Cuenca, divisoria de aguas entre las cuencas del Júcar, Tajo y Guadiana, y al occidente la sierra de Altomira frontera en los siglos XI y XII que defendían de los Sarracenos los Caballeros Templarios amenazados de estinción y los juveniles Santiaguistas, que se nombraban entonces de Santa María de la Espada, y defendida de los moros primeramente por los caballeros templarios, quienes tuvieron sus reuniones en la actual ermita de San Gil y en la demolida Parroquia titulada de San Gil. Tras la extinción del Temple en los primeros años del siglo XIV, sus bienes y posesiones pasaron a la tenencia de los Hospitalarios, por ello dicha ermita pasó a convertirse en el Priorato San Juanista de San Gil en Huete, referido por Manuel de Parada y Luca de Tena[1]. Precisamente, Manuel de Parada defiende que la omisión en la escritura de 11 de marzo de 1246, recogida en el Libro de Privilegios de la orden de San Juan de Jerusalen en Castilla y León de los lugares de Peñalén y La Yunta, pertenecientes a la encomienda junto con Santa María de Poyos, debió obedecer a que no pertenecían por aquel entonces a la orden del Hospital de San Juan y sí a la del Temple. Lo cual coincide con las tesis que sostienen la tenencia por parte de la orden de los pauperes commilitones Chrsti de una encomienda optense.

Carrascosa del Campo que parecer ser, una antigua fortaleza templaria de gran extensión, al igual que Arcas  que también tiene tradición de haber sido encomienda del Temple en Cuenca.

Monteagudo de las Salinas.- De ser cierta, como defiende Rodrigo de Luz Lamraca, la íntima relación de la orden del Templo de Salomón con la Catedral de Cuenca, no deja de ser curiosa una doble vinculación del castillo de Monteagudo, su alfoz y sus salinas, verdaderos yacimientos de oro blanco para la época, por su importancia en la transhumancia de ganados, obtención de salitre y salazones para la conservación de alimentos, puesto que unas fuentes lo establecen como concesión real a los templarios tras la toma de la ciudad de Cuenca y otros autores aseguran que la recipiendaria de dichas tierras de Monteagudo fue la propia Diócesis y recién erigido obispado conquense.

Vellisca.- Dice el Martirologio de Cuenca de Sebastián Cirac Estopiñán sobre Vellisca, que en el año 1936 fueron asaltadas y profanadas la iglesia parroquial y las dos ermitas, destrozando y quemando cuanto había en ellas: altares, retablos, imágenes, ornamentos, archivo, y finalmente se llevaron también todas las campanas. El retablo del Altar Mayor y el de la Santa Cruz eran muy estimados por su belleza y mérito; entre las alhajas desaparecidas había una cruz románica de metal llamada de los Templarios. Según Victor de la Vega Almagro parece que la Cruz, que era de bronce, se conservó en el Museo Diocesano de Cuenca, aunque no se cita en el Catálogo del mismo, se pregunta si ha vuelto a Vellisca. Mi padre, Rodrigo de Luz Lamarca hace referencia a esta cruz en su libro sobre los MARFILES Y ESMALTES EN EL TALLER DE CUENCA.

Volviendo a la ciudad de Cuenca.- “Con anterioridad a la creación del Obispado, desde el cerco y conquista de Cuenca, los Caballeros templarios que vinieron a ella, moraron en las casas hoy tituladas ex-convento de San Francisco o parroquia de San Esteban, que les concedió el rey Alfonso el Noveno,[2] y en ellas permanecieron hasta la extinción de su orden en 1313” reseña Trifón Muñoz y Soliva.

Al doctor Eugenio Torralba, preso por la Inquisición de Cuenca en el año 1528 y juzgado en 1531, así como al médico del rey Juan II, D. Alonso García Chirino, aguerrido defensor de la Puerta de Valencia, de la que hoy perdura, como único vestigio, su nombre, y la defendió tanto él como su padre, Pedro Alfón Chirino de Guadalajara, y hermanos de los Infantes de Navarra, y a su hijo, o hermano para otros autores, Mosén Diego de Valera, se les documentan vinculadas unas posesiones pertenecientes a dicha familia que antes habían sido de los Templarios.  Siendo Hernán Gómez Chirino, descendiente de los primeros alcaydes de la fortaleza de Cuenca en tiempos de Alfonso VI y del valeroso capitán Alonso Pérez Chirino en la nueva conquista de la plaza al servicio de Alfonso el noveno. Aludir a la posible relación entre los Chirino conquenses y un linaje portugués llamado los Cherino, lo que les aproximaría a los linajes de tierra de campos, el Bierzo y Portugal, como los Meneses, pero este extremo he de investigarlo más a fondo todavía.

En el testamento de Alonso Chirino, en el año 1429, figura su deseo de que “...sepulten el de mi cuerpo en la mia sepultura, en el monasterio de San Francisco de Cuenca.” (M.C.A. González Palencia. Cuenca, 1990, pág. 182 Juan Alonsus Cherinos, canónigo de Cuenca.). Parece que este monasterio, hasta la extinción de la Orden en 1313, había pertenecido a los Templarios. Más tarde, el 15 de junio de 1479, su hijo Mosén Diego de Valera, otorgó escritura de venta de la Heredad “la Grillera”, del término de Cuenca, al regidor Alfonso de Alcalá. Esta propiedad, situada aguas abajo del Júcar, también había pertenecido al Temple y fue cedida por Sancho IV a Hernán Pérez Chirino. (H. De la A. En E. J. G. Fonte. E. Nacional. Madrid 1976, pp 85 y 86. “El Tratado de la Lepra” se encuentra en los códices siguientes: Madrid B. N. Ms. 6599 fols. 127 v-140r. Ms de la biblioteca particular de don Antonio Rodríguez-Moñino, Fol.. CVIII y CXXII r.) Venta, de La Grillera Chirinos que también figura en un documento sobre venta de la misma de D. Alonso de Mendoza, en el que dice que había sido aportada como donación por el rey Sancho IV como recompensa por su ayuda en la guerra con Alfonso X.

La posesión y renta  de la heredad de la Grillera fue muy disputada y generó siempre mucho interés por las personas ilustres y poderosas de la ciudad. Anabel Sáiz Ripoll con cita extraída también de la Colección de documentos conquenses. Biblioteca Diocesana conquense. Angel González Palencia. Cuenca 1930. p. 176, nos habla de cómo López Barrientos, obispo que fue y alcalde de Cuenca en época de Álvaro de Luna, ordenó quebrantar la compra y posesión de dicha hacienda de la Grillera por Cédula de 23 de septiembre de 1478 por enojo de Valera contra él. Sáiz Ripoll atestigua además como Diego Valera adquirió esta propiedad por compra a doña Guisabel López Montoya, el 26 de marzo de 1455 por 18.000 maravedíes de plata.

En nuestro repaso por los vestigios templarios en Cuenca, debemos detenernos en la Catedral. Monumento ejemplar de la sinrazón humana y del destrozo irreparable que puede llegar a causar un reconstructor sin la humildad suficiente ante los restos milenarios que han llegado hasta sus manos y sin los conocimientos correctos, ni la perspectiva histórica apropiada, para acometer la restauración de la Iglesia Mayor conquense. Por cuya acción, en la actualidad, la portada del edificio catedralicio conquense es neogótica y han desaparecido las peidras originales. De la cual algunos autores defienden que se construyó, tras la conquista de la ciudad sobre la antigua mezquita mayor y otros, lo ponemos en duda, alegando que dicha mezquita es en realidad una ermita mozárabe dedicada a Santiago, erigida en los albores del cristianismo. Aunque toda fuente proviniente de clérigos es automáticamente tildada, por investigadores interesados, de apócrifa.

Según Rodrigo de Luz Lamarca, se puede decir que la catedral de Cuenca es, por su morfología y por sus mensajes iconográficos, la más genuinamente templaria de Europa. Referir, y volvemos a hablar de la tierra de los Meneses y del germen del Císter en los reinos peninsulares, acogedora de condes y monjes procedentes de la Borgoña, que existió en la villa vallisoletana de Ceinos de Campos una iglesia, bajo la advocación nuevamente de Santa María del Temple, de la que José Mª Quadrado dijo lo siguiente: La villa de Ceinos, pobre, oscura, reducida, poseía una joya capaz de envanecer a las más opulentas ciudades; y esta joya la han destruido a sangre fría, por capricho, a orillas de la carretera donde, sorprendido, el viajero se detenía a contemplarla. Rodrigo de Luz, doctor arquitecto de carrera, explica con todo lujo de detalle como el templo románico era de una sola nave, dividida en cuatro tramos, con ábside semicircular, ricamente decorado tanto exterior como internamente, y torre adosada a uno de los lados. La torre con dos pisos de ventanas con arquivoltas de doble rosca, de estrellas cuadrangulares, se coronaba con un chapitel piramidal forrado de pizarra. La parte más rica del monumento era una capilla, a manera de sala capitular, al oeste de la iglesia. A media altura de la estancia, su planta cuadrada se transformaba en octogonal, mediante pechinas con los símbolos de los cuatro evangelistas. De este nivel arrancaban ocho columnas que apoyaban los nervios de una cúpula formando una linterna y con una clave con el Agnus Dei. En cada tramo de la linterna había dobles ventanas y, en el inferior, arquerías ciegas de medio punto en forma de nichos para imágenes, abriéndose dos de ellos al exterior.  Quiero recordar que don Raimundo de Borgoña murió en Grajal de Campos, a escasos 38 kilómetros de Ceinos, y el señorío de Meneses se halla a 25 kilómetros de dicha localidad campurriana.


En la parte trasera de la catedral, aún hoy, se pueden observar y contemplar las ruinas de San Pantaleón o San Juan de Letrán. Varias son las voces de especialistas que defienden que ahí estuvo una encomienda templaria, extremos que parecen confirmar las recientes excavaciones y hallazgo de enterramientos junto al corral y aljibe, hoy hotel, documentados como templarios por el equipo de arqueólogos a cargo de las mismas, y que, por lo tanto, la catedral pudo haber recibido influencias templarias durante su construcción. Rodrigo de Luz Lamarca destaca el sentido griálico (no olvidemos que significa sangre real) de San Pantaleón cuya milagrosa sangre, derramada por Cristo en su martirio, contenida en una ampolla relicario, reservada en el altar mayor del Real Monasterio de la Encarnación en Madrid de los Austrias, tomada de otra más grande que se guarda en la Catedral italiana de Ravello, en estado sólido durante todo el año, se licuefacciona, sin intervención humana. Fenómeno que ocurre cada víspera del aniversario de su martirio, o sea, cada 26 de julio. En “Los enclaves templarios”, Juan G. Atienza escribe, al respecto que, “Martín Rizo y José María Quadrado afirman tajantemente la participación del Temple en la conquista definitiva de la ciudad por orden de Alfonso VIII (1177), añadiendo la fundación de una encomienda de la Orden en los mismos terrenos donde estuvo enclavado el campamento cristiano durante el asedio, un lugar que coincide con el que luego ocupó el templo de San Esteban, que posteriormente se convertiría en convento de franciscanos”.  Hipótesis que parece ser avalada por un capitel, que algunos autores califican de misterioso, de nuevo vemos como se adjetiva de la misma manera a lo que en realidad se desconoce, pero seguramente, no ocultaba ningún misterio: “En cualquier caso, continúa Atienza, parafraseando a mi padre, todo hay que decirlo, el emplazamiento más seguro de la casa de los templarios en la ciudad fue el lugar que hoy ocupan las ruinas de San Pantaleón o San Juan de Letrán, detrás de la catedral”.


 Efectivamente, perdido en un solar del que han desaparecido incluso las ruinas, varias veces remodelado de forma absurda y sin ningún rigor conforme a su antigüedad e importancia, persiste un capitel con un caballero alanceando un dragón, que mi padre interpreta como un caballero, que guardaría el simbolismo del neófito en el momento de la iniciación, me viene a la memoria en este momento, la escena de la película 300, cuando el joven, para convertirse en guerrero adulto y rey Leónidas, ha de subir a la montaña y matar a un gigantesco y feroz lobo de enormes fauces, y otros investigadores lo documentan como San Miguel, seguramente atendiendo a las fechas de la reconquista de Cuenca, allá por la vendimia. Pero su iconografía, de caballero montado sobre cabalgadura, me lleva a deducir que dicha representación ha de tratarse seguramente de San Jorge.



Mártir. Martirologio Romano: San Jorge, mártir, cuyo glorioso certamen, que tuvo lugar en Dióspolis o Lidda, en Palestina, celebran desde muy antiguo todas las Iglesias, desde Oriente hasta Occidente (s. IV). Santo caballero, alanceador del dragón, muy vinculado y del que eran muy devotos los Templarios. Parece que en el reino Franco merovingio ya se veneraba a Jorge de Capadocia en el siglo VI. Sin embargo, no fue hasta la Alta Edad Media, la época de las cruzadas y de la caballería, cuando se extenderá el culto en Europa. Convirtiéndose, como mílites Christi, en el protector de los cruzados en la conquista de Jerusalén (15 de julio de 1099) y patrón de algunas órdenes religiosas militares, como la Teutónica (siglo XII), poco tenida en cuenta en la conquista de Cuenca y  relacionada con el linaje de los Castillo, con capilla en la catedral, en la cual pueden apreciarse las cruces de sable sobre campo de plata, características de los caballeros teutones, todo ello relacionado con la orden de Santa María de los Caballeros, en Cartagena, Jérez, y por último, encomienda teutónica de Toro en Zamora. San Jorge es también el santo protector de los templarios. Como curiosidad, quiero mencionar, que tanto San Pantaleón, médico mártir de Nikomedia y San Jorge de Capadocia, eran ambos santos orientales, naturales de Anatolia (actual Turquía)

Tal vez la advocación iconográfica del capitel esté vinculada con la participación en la misma reconquista de la plaza conquense de la cercana encomienda aragonesa de San Jorge de Alfama. Sabida es la estrechísima relación entre la casa real aragonesa y el Temple, "…Para después de mi muerte, dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro de Señor que está en Jerusalén y a los que lo custodian y sirven allí a Dios; y al Hospital de los pobres de Jerusalén; y al Templo de Salomón con los caballeros que vigilan allí para defender la cristiandad. A estos tres les concedo mi reino. También el señorío que tengo en toda la tierra de mi reino y el principado y jurisdicción que tengo sobre todos los hombres de mi tierra, tanto clérigos como laicos, obispos, abades, canónigos, monjes, nobles, caballeros, burgueses, rústicos, mercaderes, hombres, mujeres, pequeños y grandes, ricos y pobres, judíos y sarracenos, con las mismas leyes y usos que mi padre, mi hermano y yo mismo tuvimos y debemos tener." Fragmento del Testamento de Alfonso I. Alfonso II, rey de Aragón, conde de Barcelona y participe en la toma de la plaza conquense en 1177, continuó desde el año 1163 la ofensiva aragonesa en la margen derecha del río Ebro, conquistando la mayor parte de las actuales tierras turolenses. La colaboración decisiva de los templarios en estas conquistas es nuevamente agradecida por la monarquía aragonesa, recibiendo compensaciones económicas y posesiones como el castillo de Orta de San Juan.

No obstante, Alfonso II, al igual que lo hiciera su antecesor Alfonso I, insistió en formar una milicia netamente aragonesa. Así que cedió al Conde Rodrigo el Señorío de Alfambra, donde fundó en 1174, tras abandonar la de Santiago, acusándola de regirse por una regla de san Agustín más relajada, la Orden de Montegaudio, bajo ordenanzas en la línea de los Templarios. Esta nueva milicia, creada casi ex profeso para el asedio y cerco al bastión conquense, que contó pronto con bienes incluso en Palestina, recibió importantes donaciones por parte del monarca aragonés. En 1188 se unirá a la del Hospital del Santo Redentor, fundada en Teruel por Alfonso II, conociéndose como Orden del Santo Redentor de Alfambra. Incorporaron también a sus dominios Castellote y en 1194 el monarca les cedió el desierto de Villarluengo.

Como hemos visto anteriormente, Alfonso II aprobó en 1196 que todas las posesiones en Aragón recibidas por la Orden de Monte Gaudio pasaran al Temple. Todas estas nuevas posesiones fortalecieron el poder del Temple en la frontera con el reino moro de Valencia. La acción de los monjes guerreros fue decisiva para asegurar la defensa del Reino de Aragón frente a los ataques valencianos.


 Según una leyenda, generada probablemente por el rey Lalibela de Etiopía, cuando éste estaba acabando una serie de iglesias, se apareció San Jorge en su armadura y montado en un caballo blanco. El rey dijo que el santo militar le echó en cara que ningún templo estuviera dedicado a él, por lo que el rey comenzó a colectar más impuestos para construir uno lo antes posible. De este modo, se construyó Bet Giyorgis ('San Jorge'), excavada en la roca, una de las iglesias más hermosas de Etiopía, con forma de cruz griega. La iglesia está rodeada por mitos y leyendas que afirman que fue construida por los templarios en el siglo XIII o que guarda el Arca de la Alianza bíblica. Coincidencia?



Una de las principales claves y aspectos constructivos característicos para la catalogación templaria de la Catedral de Cuenca, es la adopción del modelo octogonal en sus torres y linternas, sin entrar en la valoración mágica o simbólica y el muy probable influjo del Oriente palestino. Propio de los templos cistercienses y templarios, constatable en la linterna sobre el crucero del edificio catedralicio conquense.

Entre San Pantaleón y la catedral hubo un recinto llamado La Claustra, demolido cuando fue levantado el claustro renacentista de dicha catedral.” Precisamente en el lugar donde Antonio Porral reclama que se encontraron restos cerámicos tardorromanos. Y es aquí donde se puede apreciar la influencia templaria en el conjunto catedralicio: De Luz y Atienza defienden como los templarios de San Pantaleón habrían estado asentados junto a la Catedral y pudieron intervenir de algún modo en su construcción, reflejando en sus estructuras y diseño arquitectónico octogonal de su linterna, su marca tradicional a través de llamadas de atención a símbolos ideológicos de carácter esotérico que ha estudiado el arquitecto Rodrigo de Luz Lamarca, lo cual recoge Anabel Sáiz Ripoll. Aunque no todos están de acuerdo. Gonzalo Martínez Díez, en “Los templarios de Castilla” no cree que fuera así y comenta: “En la misma ciudad de Cuenca se han apuntado por los cronistas locales con escaso fundamento dos posibles asentamientos templarios; uno en el extrarradio, en el borde de la albufera del río Huécar, que según unos habría sido entregado por Sancho IV a Hernán Gómez Chirino, y según otros pasaría hacia 1313 a manos de los frailes conventuales franciscanos, junto con unas heredades en un término llamado Grillera. El otro era en la pequeña iglesia o ermita de San Pantaleón, también llamada de San Juan de Letrán, sita en la calle de San Pedro, antigua calle Mayor...”

IV. HERENCIA

A modo de conclusión me resta hablaros de la herencia del Temple en Cuenca, parte del título intencionado de esta charla, bien sea su presencia en esta tierra real o intuida, producto de la escasez de documentación hasta ahora, tal vez producto de una hermética vida monacal, o bien por haber sufrido una damnatio memorie a raíz de su proceso en la primera década del siglo XIV, el caso es que las acciones constructivas en la catedral de Cuenca, el muy probable mont veneris o monte de venús, el lucero del alba, la vinculan con el císter y con la orden del Temple. Lo que sí es cierto, a falta de estudios radiológicos que escudriñen el subsuelo tanto de la Catedral, como de los aledaños de S. Pantaleón, y la datación y documentación de piezas cerámicas encontradas en esta zona, anteriores al siglo IX, es que todo el programa iconográfico de la Iglesia Mayor conquense gira en torno al Apocalipsis y a la promesa de un Mundo Futuro, grabado en el retablo de San Cosme y San Damián, el mitológico Jardín de las Hespérides de las manzanas de oro y las Ninfas Náyades del agua (parece que sí habría un manantial o curso de agua bajo el templo conquense)

Nueva Jerusalén reflejada bajo los ángeles del triforio, bajo cuyos pilares del triforio se montaban los cuadros de los apóstoles que actualmente adornan la pared de la Sala capitular, profecía de la Iglesia laodicea, la de los últimos días. El mensaje apocalíptico templario de la preservación de un grupo humano tras el cataclismo final.

Por último, quisiera volver a dar las gracias al Dr. Don Miguel Romero, a la organización de la Alvarada, al alcalde de cañete y a todos ustedes por atenderme. Quedamos a la espera de que nuevas investigaciones arrojen más luz sobre las huellas del Temple en tierras de Cuenca y podamos ampliar nuestra visión sobre estos monjes-guerreros. Muchas gracias.

Juan Ramón de Luz






 





[1] Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Número, 7. Año 2002-2003, pags. 215-368
[2] Alfonso IX u VIII según Lista real.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Apuntes sobre el libro Entre la Media Luna y la Cruz

Reseña de Corsario sin Rostro en su blog Voto a Bríos, homenaje a Manuel Gago
lunes 1 de agosto de 2011

Apuntes sobre el libro Entre la Media Luna y la Cruz


La novela Entre la Media Luna y la Cruz no es exactamente una traslación literaria del tebeo El Guerrero del Antifaz. Aunque el argumento principal, algunos de los personajes, varias de las tramas y situaciones del libro son idénticos al comic original, no puede decirse que sea una mera novelización de la historia original. Podemos señalar que el comic es más espontáneo, con mejor sentido del ritmo, aunque también hijo de las circunstancias que rodearon su creación, mientras el libro juega con la visión distante que otorga el tiempo transcurrido desde entonces y está realizado con medios y con el sosiego necesario para un documentado trabajo como el que nos presenta, además de contar con la base de una idea ya llevada a cabo por otro autor.

La primera y notable diferencia con respecto a la historieta es la ubicación histórica de la misma. Mientras la historia narrada en el comic se desarrollaba a finales del siglo XV (Reinado de los Reyes Católicos), el libro de Juan Ramón de Luz sitúa la acción a finales del siglo XII. Este cambio de época está justificado por la intención del autor de hacer coincidir la época del Guerrero del Antifaz (llamado en el libro Caballero del Antifaz) con el periodo de esplendor de los caballeros templarios y con la famosa batalla de las Navas de Tolosa.
Mapa de 1189, época en que se desarrolla la acción en el libro "Entre la Media Luna y la Cruz".

Otra importante diferencia curiosa y reseñable es que en el comic los condados de Roca y Torres y la fortaleza de Alí Kan son lugares totalmente imaginarios, mientras en el libro Juan Ramón de Luz nos precisa geográficamente sitios reales donde ubicar estos emplazamientos. De esta manera el condado de Roca es ahora el Castillo de la Roca del Vallés (Barcelona) y la fortaleza de Alí Kan la ciudad fortificada de Morella (Castellón).
Condado de Roca

Castillo de la Roca del Vallés (Barcelona)
Morella (Castellón).Fortaleza del Caíd Abú Yahya (Alí Kan)

Al haber situado la acción 300 años en un pasado anterior a la historia original, era necesario también este cambio, por la propia evolución territorial debido a la Reconquista, dado que, según se deduce con la lectura de los tebeos, aunque nunca se indique explícitamente, la fortaleza de Alí Kan se encontraba dentro de los límites del Reino de Granada y el Condado de Roca probablemente en Murcia. El presente mapa elaborado por Fernando Bernabón para el libro “El Guerrero del Antifaz 50 años Tomo 2” de Quirón Ediciones ilustra estupendamente estas localizaciones.
Mapa imaginario

Otra diferencia con respecto a la edición original es el cambio de nombre de los protagonistas. A pesar de este cambio de nombres los personajes son perfectamente identificables desde el primer momento por sus circunstancias y personalidad, casi idéntica en cada uno de los casos a la historieta. El único personaje que cambia significativamente es Leonor (Ana María) que pasa de ser un sujeto totalmente pasivo y resignado, siempre llorando o rezando, a ser una mujer activa, con iniciativa, participativa y valerosa.

El Capitán Rodolfo (Don Alonso de Bocanegra, lugarteniente del Señor de la Torre de Aguayo) y Ana María (Leonor Fernández de Aguayo, hija del Señor de la Torre de Aguayo).
Entre las similitudes con respecto al comic destacar varias escenas calcadas de los tebeos; el torneo con la suplantación de los contendientes, la lucha del Guerrero cautivo con los leones, la irrupción en escena de Don Alonso de Bocanegra (Capitán Rodolfo) asestando una flecha con la ballesta a un moro salvando la vida al Guerrero y a Leonor (Ana María)… y la escena más crucial de todas, aquella en la que la madre del protagonista le revela su verdadero origen, siendo ensartada por la espada de Alí Kan al descubrirla.







Un aspecto muy importante en que incide el libro es el proceso de conversión al cristianismo por parte del Caballero del Antifaz. Este proceso no se lleva a cabo de la noche a la mañana (hoy me acuesto moro, mañana me levanto cristiano), sino que, tal como siempre hemos intuido, aunque nunca se nos mostrase en el comic, su madre, desde niño le había ido inculcando a escondidas todo lo que buenamente pudo sobre su cultura y religión, enseñándole incluso a leer y escribir. Todo ello al margen de la formación oficial, militar y espiritual de la que disfrutó como heredero del Caíd. El impacto de la revelación sobre su verdadero origen y el odio hacia quien había creído su padre por haber acabado con la vida de su madre, le provocan dudas existenciales al protagonista, unido al hecho de tener que huir hacia territorio cristiano para salvaguardar su vida.

Aparte de ese poso en el alma del Guerrero del Antifaz, Juan Ramón de Luz introduce un elemento nuevo (que le hubiera resultado imposible si hubiese mantenido la historia en su época original) y es su formación como caballero templario, circunstancia que parece venirle como anillo al dedo a la personalidad del héroe y que influye claramente en su vocación cristiana. El protagonista llega, casi por casualidad, exhausto, cansado y hambriento al castillo-convento de la Encomienda de Gardeny solicitando ayuda. Por diversas circunstancias se queda en aquel lugar donde recibe una dura, exigente y completa formación como caballero templario.
Paralelamente a la historia del Guerrero del Antifaz, a los personajes y elementos conocidos, se desarrolla otra línea argumental donde se nos relata paso a paso los preparativos de lo que desembocará en la gran batalla final de las Navas de Tolosa, con participación activa de los protagonistas. En el libro se nos narra con todo lujo de detalles los pormenores de la decisiva batalla con un carácter didáctico a la vez que presenta rigor documental e histórico. No puedo dejar de recomendar este artículo de Arturo Pérez Reverte sobre la famosa confrontación.
Batalla de las Navas de Tolosa

Por tanto, una historia disfrutable por los amantes de la novela histórica y por los aficionados al comic del Guerrero del Antifaz, aunque de estos últimos se puede esperar diversidad de opiniones debido a los cambios sufridos por la historia original.

Todavía no he recibido ninguna respuesta de alguien que haya leído el libro (ni he conseguido encontrar ninguna crítica del libro en internet, si conoceN alguna, indíquenmela para poderme hacer eco en voto a bríos) pero yo personalmente he disfrutado del libro, primero como seguidor del personaje y luego, como lector de novela histórica. No soy ningún experto en historia y el libro me ha hecho interesarme por el episodio en concreto de Las Navas de Tolosa, del cual estoy recabando información en internet.
Y cual sería mi sorpresa al descubrir que los lugares y muchos personajes históricos del libro existieron realmente. Gracias a internet y al extraordinario acceso a la información que nos facilita, he podido disfrutar cómodamente en el sillón de mi casa, investigando sobre todo lo que narra Juan Ramón de Luz en el libro; los lugares citados, los caballeros templarios,etc.
En definitiva, le he sacado bastante jugo al trabajo y felicito al autor por ello.

Enlace al grupo de facebook de la novela Entre la Media Luna y la Cruz.